
Cofundador de la organización de activismo climático juvenil, Pacto X El Clima. Economista y estudiante de Maestría en Administración Pública y Salud Pública de la Universidad de Columbia en Nueva York.
Como activistas climáticos, nuestras voces se han enfocado en exigir ambición para mitigar la crisis climática, y exigir justicia toda vez que sus impactos los están viviendo y sufriendo justamente quienes no la causaron. Nuestros esfuerzos serán en vano si no hablamos de financiación, y herramientas que permitan hacer estos planes aún más ambiciosos. Por eso debemos extender nuestro entendimiento de justicia y el alcance de nuestro activismo a las finanzas climáticas.
Todo empieza con una promesa hecha durante la quinceava cumbre de cambio climático (COP15) que tuvo lugar en Copenhague en 2008. Allí, los países desarrollados se comprometieron de manera colectiva a movilizar $100 mil millones de dólares por año para financiar la acción climática en los países en desarrollo. Esta meta tenía como fecha de caducidad, el año 2020. Con $83 mil millones (OECD, 2022) movilizados ese año, no nos debería sorprender que no se cumplió la meta. Recordemos que hablamos de muy poco si consideramos, por ejemplo, el presupuesto militar anual de los Estados Unidos que asciende a los $773 mil millones de dólares (US Dept. of Defense, 2022). Según el Instituto para la Economía y la Paz (IEP), en el mundo habrá más de 1,2 mil millones de personas en riesgo de desplazamiento por eventos climáticos extremos en el año 2050 (IEP, 2020). Ante uno de los retos económicos y sociales más grandes de nuestra historia, parecería ser que los compromisos políticos se limitan a palabras, o como diría la activista sueca Greta Thunberg, son puro “blah, blah, blah”. (BBC News, 2021)
Ante una nueva ronda de negociación que tendrá lugar en noviembre de este año durante la cumbre climática COP27 en la ciudad egipcia de Sharm El Sheikh, la comunidad activista debe evitar la perpetuación de esquemas de toma de decisión que profundizan las injusticias de la crisis climática. Debemos abogar por un mundo descarbonizado, próspero y más justo.
Según la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE), el financiamiento climático que fluyó desde países desarrollados a países en desarrollo entre 2013 y 2020 se caracterizó por: i) tener un sesgo a favor de inversión en proyectos de mitigación; ii) el mecanismo más utilizado para proveer financiamiento fue la deuda; y iii) los flujos fueron mayores para países en Asia y de ingreso medio (OECD, 2022); es decir, para países cuyo producto nacional bruto (ingreso) per cápita es de entre $1.036 y $4.045 dólares por año (World Bank Group, 2022). Para poder juzgar estos hallazgos es fundamental preguntarnos qué busca el financiamiento climático.
¿Por qué hablar de justicia y finanzas?
Conceptualicemos la justicia según la define el filósofo John Rawls quien dice que “la justicia es equidad” (Stanford Encyclopedia of Philosophy). Al referirse a equidad, Rawls se refiere al poder “gozar de derechos y oportunidades de manera libre” dadas nuestras condiciones individuales. Como persona miope, es equitativo que yo pueda tener acceso a unos lentes que una persona sin problemas de visión no necesita para poder gozar de una existencia libre y plena. Bajo este principio, las finanzas climáticas deberían beneficiar de manera preferencial a los grupos más vulnerables, es decir, a quienes necesitan recursos para adaptarse a una crisis que no causaron. Las estadísticas de la OCDE demuestran que las finanzas climáticas han sido todo menos beneficiosas para las víctimas de la crisis climática.
Nos enfrentamos ante una difícil situación. Por un lado, la pandemia del COVID-19 desencadenó una “pandemia de deuda”, donde los países en desarrollo financiaron sus respuestas sanitarias y de recuperación económica, incrementando sus niveles de deuda pública. Esto ha resultado en un presente y futuro cercano donde gran parte de los gastos públicos de los próximos años deberá estar orientado al repago de esa deuda. Los países en desarrollo tienen que aumentar sus niveles de gasto para continuar mejorando sus indicadores de pobreza, calidad de vida y productividad, todo mientras aumentan los esfuerzos para construir infraestructura y sistemas sociales y productivos adaptados a la crisis climática. No hay más “espacio fiscal” para pedir más préstamos, y el poco dinero disponible se irá en gran parte a pagar por gastos fijos del Estado, y a la respuesta de la última gran crisis. ¿De dónde vendrá el dinero para invertir en el futuro? Las finanzas climáticas tienen el potencial de ser una de las pocas puertas que restan por abrir en su totalidad.
Nuestros esfuerzos serán en vano si no hablamos de financiación, y herramientas que permitan hacer estos planes aún más ambiciosos. Por eso debemos extender nuestro entendimiento de justicia y el alcance de nuestro activismo a las finanzas climáticas.
El esquema actual de finanzas climáticas enfrenta tres grandes retos que deberán ser superados para no perpetuar la insuficiencia del cumplimiento de las metas de financiación de Copenhague.
Es necesario enriquecer discusiones de justicia climática con un acercamiento al mundo financiero. La justicia financiera es la nueva frontera del activismo climático.
Concretamente, ¿qué soluciones necesitamos? A continuación, algunas propuestas.
El activismo por sí solo no logra el cambio, pero si podemos decir que, en muchas ocasiones, allí es donde este empieza. A diferencia de lo que opinan los que denigran sobre la exigencia popular por el cambio, el activismo es poderoso y útil. Tiene la capacidad de plantear problemáticas con un alcance amplio, introducirlas en el argot popular, y plantear soluciones ambiciosas que con la ayuda del aparato político pueden convertirse en una realidad, tal y como ha ocurrido con el Acuerdo de Escazú en varios países de Latinoamérica y el Caribe. Necesitamos que, tal y como hemos empezado a hablar de la deforestación y la necesidad de frenar el asesinato de líderes sociales, hablemos del financiamiento climático. Esta es una invitación para que parte de nuestros mensajes y exigencias como activistas climáticos sea acerca de la adopción de la justicia como principio rector en las finanzas climáticas.
Hay luz al final del túnel. Tenemos que aprender que la fortaleza de nuestras voces está no solo en la ambición o esperanza que nuestro mensaje pueda transmitir, sino también en el potencial que tenemos para influir en decisiones que trascenderán nuestra propia existencia. Es nuestro trabajo sembrar una huerta en la que podamos cultivar un mundo más justo y próspero del que recibimos. Allí es donde está el verdadero éxito de nuestra causa.